En las cosas del amor hamburguesero, muchas veces pasa que los romances de verano se quedan idealizados en nuestras cabezas y años después, si nos reencontramos con ese flechazo, nos puede llegar a dar cierto bajón. No es, exactamente lo que nos ha pasado con Chivuo's, aunque por ahí van los tiros. Hace ya un tiempo largo, conocimos este, por aquel entonces, pequeño local de Barcelona que, tras mucho andar, se expandió en su propia ciudad, para, más tarde, abrir en Valencia y llegar hasta Madrid, donde hemos tenido la oportunidad de volver a juntarnos con sus carnazas emparedadas.
En todo este periodo, mucho ha cambiado (nosotros, sin ir más lejos) esta marca, añadiendo platos nuevos, pero manteniendo su concepto de especialistas en comida del otro lado del charco. Así que, a juzgar por sus redes sociales, no podíamos tardar en volver a vernos en nuestra ciudad. Entramos a un local pequeñito, con una mesa corrida para compartir espacio con otros comensales y algunas sillas altas en su interior, todo rodeado de grafitis temáticos madrileños y ese espíritu propio que tienen estos chicos. Además, disponen de una terraza modesta, pero estupenda para saborear su carta.
Así que nos sentamos, ojeamos el menú y vemos que los precios siguen siendo adecuados, sin grandes sorpresas en forma de susto. Tenemos los eternos tequeños (por favor, que se pase esta moda ya), patatas bravas, tater tots y hasta mazorca como entrantes, además de un buen puñado de hamburguesas, ensaladas, cocktalis y postres. Todo en su cantidad adecuada, ideal para tentarnos, pero sin abrumar.
Pues venga, empecemos con unos tequeños scampy (5.9 €), o sea, los palos de masa con queso latino de siempre (o más bien fresco), pero con mantequilla fundida, ajo y parmesano para aderezarlos. En ración justa para no llenarnos y con un profundo sabor a ajo que mencionamos. Adecuado, sin locuras y que nos deja bien, pero sin más.
Pasamos a la hamburguesa de la casa, la Chivuo's (10 €), con carnaza, bacon súper crujiente, mermelada de cebolla y cerveza, queso Monterey Jack fundido (aunque nos pareció más Gouda o Edam) y lechuga. Una básica con la que asegurarnos cómo se trabaja en cocina. Y la respuesta es: correcta. No hay grandes alardes, está todo en su sitio, destacando ese bacon tan crunchy, pero poco más. Aunque hay un detalle que nos llamó poderosamente la atención: el chorreo. Podríamos decir que son jugos de la carne y demás ingredientes, que también, pero lo que notábamos fluir por nuestras manos era más bien grasa, en exceso, que nos dejó la sensación de estar comiendo casi, casi, mantequilla derretida.
Además, el panecillo, de tipo brioche, apenas viene tostado y da la sensación de poco fresco y artesanal. Vamos, que nos dicen que es de bolsa y nos lo creemos perfectamente y claro, acaba desmoronado por todo nuestro plato.
Por otro lado, el motivo de nuestra visita fue el Patty melt (12.9 €), pan de sándwich tostado con mantequilla, que abraza un disco de carne, doble de queso cheddar, cebolla pochada y salsa mil islas; todo fundido, consiguiendo un todo con el que nuestras papilas flipen. Bueno, esa es la teoría, porque lo que nos llega es un pan crujientemente tostado, como de salamandra, con una carne grasosa, un queso que no aporta sabor ni lubrica en absoluto y una cebolla que se lleva absolutamente todo el protagonismo del bocado. Eso sí, como viene partido por la mitad, el queso aparece presentado tostado a tope en la plancha, creando una película a tope de crujiente.
Como os decimos, la sensación general es de estar comiendo grasa con cebolla, dejando a la carnaza en un tercer plano, carente de sabor y de presencia. Una lástima, porque lo llamativo de esta propuesta es precisamente eso, la fusión de todos los ingredientes para conseguir una explosión de sabor y texturas única. Y aunque pedimos la carne poco hecha, nos llegó más bien al punto, aunque es lógico, ya que, con tantos ingredientes calientes a su alrededor, la cocción no sólo se realiza en el momento de pasar por la plancha, además de presentar un picado excesivo, lo que hace más complicado controlar el punto.
Todos los platos vienen acompañados de patatas fritas, caseras, cortadas en bastones y en buena cantidad. Se dejan comer bastante bien, muy ricas, tanto que no necesitan ni salsas para ser disfrutadas.
Como os avanzábamos al principio, los antiguos amores tienden a quedar idealizados en nuestro recuerdo y esta nueva visita a Chivuo's nos deja bastante fríos ante unas propuestas realmente potentes, pero que se quedan en agua de borrajas al llegar a nuestra mesa.
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