Si pensamos en hamburguesas, el concepto de Fast Food nos taladra en la cabeza como un Pepito Grillo que nos dice continuamente que es un alimento para el rápido consumo. Afortunadamente, esta preparación entre dos panes parece gozar de buena salud en gastro bares y restaurantes, donde comer a toda pastilla no existe en su vocabulario.
Ahora elegimos comer o cenar en un establecimiento, sentarnos, con sobremesa incluida y saborear las diversas especialidades que tienen en carta, ya sea en torno en su conjunto a la hamburguesa o como plato principal de una carta en general más amplia de platos muy elaborados o de gran mimo al producto de mercado y de temporada.
En artículos anteriores estuvimos dando a conocer la historia de la hamburguesa, habiendo paseado desde el Imperio Romano a los padres de la burger en Estados Unidos. Hoy, adentrados ya en el siglo XX, queremos hablar de aquello que hizo tanto daño a la imagen de este manjar que lo ha acompañado durante décadas, pero también rendir un homenaje, porque ciertamente sin la comida rápida, posiblemente la hamburguesa no habría llegado a nuestros días.
Hablamos del Fast Food, concretamente a su origen gracias al White Castle System. Apuntad esta fecha: 16 de noviembre de 1916, día en que Walter Anderson abre un puesto de hamburguesas en Wichita (Kansas). Como novedades frente a los otros stands que habíamos conocido, este empresario incorporaba elementos como una parrilla y espátulas con las que poder cocinar de manera más higiénica.
Si bien comenzó a abrir otros stands por la ciudad de Wichita, debido a su popular éxito que hacía a su clientela comprar burgers por decenas, no fue hasta la aparición de su socio, Edgar Waldo «Billy» Ingram, cuando abrieron el restaurante que se conoce por ser el primero de su posterior cadena de restaurantes destinados a servir Fast Food.
Con ello comenzó un imperio hamburguesero que les llevaría a abrir multitud de restaurantes por el Medio Oeste de Estados Unidos, cuya premisa era la de preparar los menús rápidamente y favorecer que la hamburguesa pudiese comerse en cualquier lugar, al mismo tiempo que se garantizaba que en todos los establecimientos el modo de preparación y el sistema de atención al cliente fuesen los mismos.
Pero, contrariamente a lo que podríamos pensar, esta cadena de restaurantes ofrecía, no sólo una higiene a la hora de elaborar y servir sus alimentos, sino un continuo trabajo por involucrar a sus empleados, buscar nuevas formas de desarrollar su marketing y elaboración de estudios para garantizar los aspectos nutricionales de su comida.
En la década de los años 30 fue incorporando elementos, uno de sus más característicos, el pan cuadrado, denominados sliders, así como las porciones de carne horadadas, las cuales permitían un cocinado más rápido, sin olvidarnos del packaging presente en las cajas y el papel para servir las burgers. Una imagen de marca que fue seña de identidad como también lo eran sus fachadas blancas de porcelana.
Gozó de gran popularidad y su éxito se fue propagando hasta que su progresión se fue viendo truncada, por un lado debido a la falta de recursos cárnicos durante la Segunda Guerra Mundial y por otro a la masificación de nuevas cadenas de comida rápida que sí entendían el negocio como franquicias para hacer dinero.
En este punto todos sabemos a qué cadenas nos referimos, pero quizá le dediquemos un artículo próximamente. De momento nos quedamos con el método White Castle System, el mismo que abrió camino hacia un nuevo concepto culinario, especialmente para una población americana cuya cultura gastronómica enfocada a comer fuera era prácticamente nula, a excepción de los stands en ferias o lugares de ocio. Sin duda, todo un visionario este Walter Anderson.
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