Una hamburguesa recibe su nombre por la carne, generalmente picada y con forma de disco más o menos gordo. Recibe este apelativo debido al origen de esta materia prima, ya que provenía de los puertos de Hamburgo hasta Nueva York, donde se procesaba para ser vendida entre dos panes y otras tantas combinaciones. Por eso, los más estrictos con este plato, llamamos a su equivalente en pollo (ya sea pechuga a la plancha o rebozado) sándwich.
Pero sea como sea, también nos encanta, de vez en cuando, zamparnos un buen trozo de este ave emparedado, crujiente y con alguna cosita más. Y por eso mismo, nos adentramos en Roost, una marca que está abriendo a lo bestia por todos los rincones de Madrid, con una imagen bastante potente y con el pollo como eje principal de su propuesta.
Al entrar a su espectacular local de la Calle Príncipe de Vergara, nos impacta una decoración cuidada hasta el más mínimo detalle, con un servicio atento y amable. Al repasar la carta, observamos unos precios ciertamente elevados en una variedad de platos bastante extensa, que va desde entrantes la mar de interesantes, sándwiches clásicos y hasta una smash de pollo, cocktails, postres, etc. No os vamos a engañar, a pesar de los precios, todo lo que veíamos era una tentación y nos costó una barbaridad decidirnos.
Empezamos por una alitas o Crispy wings (11.9 €) muy especiales, con un rebozado crujiente y sabroso, bañadas en salsa barbacoa, aunque tambien se puede elegir la Buffalo. Su interior era muy jugoso y el sabor delicioso. Buena ración y buen comienzo.
El siguiente entrante fue toda una sorpresa: las Crazy cheese fries (9.9 €) . A base de patatas fritas gajo con su piel, pollo BBQ desmigado, bacon bits y queso fundido, cuya mezcla nos volvió locos. La lástima fueron esas papas, que estaban frías y contrastaba mucho con el resto de ingredientes. A pesar de ello, se dejaron comer muy bien.
Después de este buen comienzo, pasamos a las burgers los sándwiches. comenzando con La Slaw (14.4 €), un básico con un buen filetaco jugoso de pollo rebozado a las mil maravillas y una ensalada de col muy melosa y refrescante, incluyendo, además, pepinillos encurtidos y salsa de la casa, que permite lubricar un poco la mordida y disfrutar de un bocado jugoso, crujiente y lleno de sabor. Una opcion estupenda si no se quiere arriesgar demasiado en la eleccion y que encantará a todo el mundo.
Por otro lado, tenemos la Jelly bacon (15.4 €), que, como su propio nombre indica, se centra en una mermelada de bacon muy suave, ademas de cebolla frita muy fina y el mismo pollo crujiente. Además, incluye queso mal llamado americano, que no venía fundido y salsa ranch. Una combinacion más uniforme, sin sabores que destaquen, como en la anterior, pero igualmente sabrosa. Lo mejor, en ambas combinaciones, el pollo, muy rico y generoso, con un corte central gordo y muy bien cocinado.
En todas las propuestas, el pollo marca la diferencia, con ese rebozado súper crunchy un sabor de su marinado de 12 horas delicioso, que se puede pedir picante por el mismo precio. Y todo abrazado por un pan brioche de mantequilla esponjoso y muy tierno, que aguanta bien los jugos, salsas y demás.
Como guarnición, podemos elegir entre patatas fritas o gajo y, pagando suplemento, boniato. Hay que decir que las fritas clásicas en bastones son congeladas, bastante básicas y se nos sirvieron frías, al igual que las gajo. Un detalle, el único, que está menos cuidado y que puede quitar algunos puntos a la experiencia general.
En definitiva, Roost Chicken nos ha gustado bastante y si no fuese por algunos detalles como el precio elevado de la carta o las patatas fritas frías, la perspectiva general sería bastante alta. Independientemente de eso, el local y el servicio brillas con luz propia y los sándwiches se devoran solos. Ojo, que es una comida muy rica y si nos pasamos, la digestión de algunos ingredientes se puede alargar durante varias horas. ¡Volveremos!
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