El Rancho de Santa África aprendió las lecciones del marketing de influencers que popularizó Goiko Grill hace ya una decena de años. Consistente en asociarse con los youtubers, intagramers, etc, más populares de las redes patrias para que hablen de sus hamburguesas hasta la saciedad, con la esperanza de que sus miles y miles de seguidores acudan en masa a probarlas. Y funcionó, siempre funciona, lo que propició una expansión por la comunidad de Madrid, cristalizando con la apertura de su último local, sito al lado de la Calle Orense, concretamente, en el espacio que dejó un clasico moderno de la ciudad: Taxi a Manhattan.
Se trata de un establecimiento enorme, con cocina a la vista, lo cual puede ser un arma de doble filo, con un salón diáfano gigante, organizado en varios espacios y alturas, además de unos cuantos rincones más. Todo decorado con gusto, evocando las raíces sureñas norteamericanas que llevan por bandera, buscando que nos visualicemos en un auténtico smokehouse texano.
Lo primero que nos llama la atención al revisar su carta son los precios tan elevados. Sí, nos venden por todos lados que la raza de la vaca que surte todas las carnazas es Morucha, autóctona de Salamanca, pero ya hemos visto en otras ocasiones que esto no es vinculante con la subida del importe del plato. Además, mezclan en el disco un poquito de buey, pero claro, no especifican cortes ni nada, lo cual, siempre es un reclamo algo engañoso para un comensal que, también hay que decirlo, compra estas propuestas sin pararse a pensar. Más allá de esto, encontramos un buen número de entrantes, además de hamburguesas clásicas y versiones smash, para todos los gustos. Ojo, esto también es una trampa que ya hemos comentado otras veces. También encontraréis carnazas a la parrilla, postres, etc. Vamos, que no será por opciones.
Como entrante, nos animamos con los tequeños (8.9 €), muy de smokehose ranchero (nótese la ironía), los cuales nos sorprendieron gratamente. Buena masa, bien frita, pero sin estar grasosa, buen sabor del queso venezolano y buena ración. Podríamos decir que fue lo mejor de la experiencia.
Pasamos a las hamburguesas, obviando las smash. Empezamos con la Emmy (16.5 €), un atrevimiento con el que siempre nos hemos llevado decepciones (menos un honroso día), esta imitación de la burger más famosa de Nueva York que, curiosamente, se cocina en una pizzería. Tenemos un buen disco de carnaza blanca, lo cual ya es una pena, porque este tipo de creaciones piden carne de vacuno roja, con cortes magros y jugosos. Pero bueno, aún así, la mordida es correcta, aunque la profundidad de sabor bastante escasa. La salsa Emmy no tiene ese picorsito que nos gusta y más allá de la lubricación que no da, no aporta mucho más. Pero el punto más deficiente fue el pan, de pretzel, seco y correoso. Un despropósito. Eso sí, el bacon, mega crujiente, nos encantó; no todo podía ser malo.
Sirva esta cata para llamar la atención sobre la cebolla caramelizada, que aporta un dulzor innecesario en el 90% de las hamburguesas a las que se le añade. Por favor, no hace falta utilizar ese complemento y casi siempre hace que la sensación al zamparnos una burger baje con creces.
Por otro lado tenemos la New Wisconsin (15.9 €), con las mismas luces y sombras en su carne, pero con un queso raclette empanado que aporta un crujiente necesario y original. No llama la atención por nada en particular, resultando un conjunto correcto, pero sin más. De hecho, el pan, volvió a ser el aliado del mal, haciendo que nos dejásemos una gran parte en el plato, algo que ya esperábamos cuando vimos, al pasar por esa cocina abierta que mencionábamos antes, que los panecillos eran desenvueltos del plástico en el que los envía el proveedor.
Siempre hablamos del punto de la carne y aquí no podía ser menos. Aunque las carnazas nos gustan cocinadas lo justo, esto no quiere decir que se pasen por la plancha un minuto y se sirvan. Es todo un arte el conseguir una caramelización exterior y un rosado, casi crudo en el interior y aquí esa técnica quedó en un deseo lejano.
Aunque podíamos elegir el acompañamiento, nos lanzamos a por las patatas fritas, de tipo gajo, las cuales nos dejaron la sensación de un procesado excesivo y aunque en buena ración, no nos llamaron, para nada, la atención.
En definitiva, tras esta primera y única visita a El Rancho de Santa África y comentarlo en X, nuestra red fetiche, comprobamos que no tuvimos mala suerte y que, más bien, lo que vivimos es la experiencia general. Una carne cocinada de manera descuidada, un pan que mejor no recordar y un bocado caro. Todo parece jugar en dirección a un marketing desorbitado, donde pagamoa smás la marca y el restuaurante que la propia comida. Una lástima.
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